“¿Le gustaría convertirme en su navegador, por defecto?” nos pregunta la pantalla de nuestro ordenador. ¡Qué bonito le resultaría al navegador que, en este caso, lejos de optar esta vez por la virtud, optaras por el defecto: por defecto, ¡pasarías a ser cliente suyo! En tiempo de nuestros abuelos, Dios estaba permanentemente presente en la sociedad por defecto, y ahora lo está el agnosticismo, por defecto. Hoy, la fe en Dios ya no le llega a uno por defecto, sino por esfuerzo, por la fuerza de su opción personal. Aun así, el ambiente agnóstico ofrece la libertad suficiente para que, por ej., Nacho Cano pueda declarar hoy sin dificultad: “Para mí, es imposible no tener fe”.
Los cambios no sólo han afectado a nuestra relación con la divinidad, sino a la de nosotros mismos. Es un lugar común decir que vivimos en una sociedad crispada. Y la sede social de la máxima crispación parece ubicarse en el Congreso de diputados, también en ciertos platós de televisión. Pareciera que todos los españoles nos hubiésemos vuelto de repente irascibles, tensos, demoledores. No dialogamos, disparamos. Las cosas han cambiado mucho, y muchas de ellas para bien. No es el caso que nos ocupa. Cuando uno cambia respeto por encono no es para bien. Nuestro país ahora mismo es “crispado, por defecto”, ¿no sería mejor ser “agradable, por defecto”?