Uno siempre tiene que procurar leer los libros de suprema actualidad. Es por esta razón que uno tiene que leer los clásicos. Los clásicos no son los autores de ayer. Clásicos son los autores de siempre y, por lo tanto, rabiosamente actuales. Algunos textos de los clásicos se encuentran en las bibliotecas en la sección de manuscritos. Los copistas de libros cuando acababan de transcribir toda la obra y tenían que poner punto a la tarea, solían añadir por su cuenta una frase final. Sobre todo, había dos fórmulas consagradas. Una decía: “Finis coronat opus” que quiere decir: este final corona el trabajo, misión lograda. existía otra, que a mí me gusta más: “Sit finis libri sed no finis quaerendi”: hemos llegado a final del libro, mas no al final de la investigación. Esta frase se puede convertir en consigna de vida. La vida es ver que vamos cumpliendo tareas, es ver que tenemos nuestros éxitos, y cierto es que damos por finalizadas ciertas obras, pero nunca tenemos que dar por finalizada nuestra ilusión por saber más, por hacer más, por ser más. La conquista del hombre es como la conquista del horizonte: siempre lo perseguimos, nunca lo tocamos, y mientras lo perseguimos y no lo tocamos, vamos más y más hacia el logro. Preguntaron al poeta: ¿Para qué sirve la utopía? Contestó: para caminar, para caminar sirve. Lo más bello que tiene perseguir una meta, es el camino que a ella lleva. El copista de tinta y desplumé lo dejó escrito al viejo manuscrito: Sit finis libri, sed no finis quaerendi: he llegado al final del libro, no al final de mi investigación.
Cómo distribuir las lágrimas
El problema no es llorar porque motivos para llorar, en el mundo, los hay en abundancia. El problema es parecido a la pregunta que se formulaba el poeta John Donne: por quiénes tocan las campanas. El tema no es que las campanas volteen sino por quiénes tienen que dar la vuelta; el tema no son las lágrimas sino por quien las tenemos que derramar.