Lo difícil de vivir es el convivir. Hay humanos que ponen en la convivencia muchos obstáculos; no es que no hagan nada para poner aceite en las relaciones, es que ponen toneladas de vinagre. No son mudos, son charlatanes, frecuentemente compulsivos, que ponen veneno a cada palabra que sale de sus labios. Son militantes enfervorizados del conflicitivismo.
Verdad es que no todo es negativo en nuestra sociedad, hay elementos que lanzan a la esperanza y personas que siembran armonía. Pero, al tiempo, se da una preocupante carencia de afectividad social. Parece que reservamos la dulzura por las relaciones amistosas y familiares a la vez que restamos calor y cordialidad a las relaciones laborales, administrativas o sencillamente ciudadanas. La suavidad, el cariño, la caricia han llegado a ser bienes excesivamente escasos. Nuestra convivencia sufre demasiados esguinces por falta de afectos.
Lo preocupante es que las actitudes tiernas son retenidas, en determinados miniclimas intelectuales, como actitudes débiles e ineficaces. Creo yo, en cambio, que la inteligencia dicta exactamente lo contrario, el déficit de ternura es la nodriza del superávit de conflictividad.
UNA ALUMNA INMIGRANTE
No solo van, van y vienen. Escuchad, si no. Primero, van, van muchos prejuicios contra los forasteros, los inmigrantes, los extraños y todavía más si éstos proceden de países que nosotros denominamos “del sur” o del “Tercer Mundo”. Van...