Cierto es que en los primeros años de mi existencia circulé sobre un monopatín. Pero no ha sido éste el modo posterior de transporte; fue el de la moto de dos ruedas o el del tren de dos raíles; algún parecido tiene con la manera en la que ha circulado mi vida adulta: mis dos raíles vitales han sido cabeza y corazón, argumentar y sentir.
En el ámbito de la razón, me moví sobre dos raíles: el pensar y el preguntar; procuraba pensar por mi cuenta y preguntar a otro lo que no alcanzaba a entender. En el otro ámbito, el de la experiencia, también dos raíles sostuvieron mis trayectorias: el amar y el admirar (la dualidad de Albert Camus); procuraba amar a quien veía y admirar a quien lo merecía. Y así podría resumirse el período activo de mi vida: mi cerebro persiguiendo encontrar explicación a todo y mi corazón, encontrar relación con todos.
Ahora mi tiempo, por jubilar, es distinto, y otro es mi proyecto. Ahora mi flecha ya no apunta a cosecha de afectos confortables ni a conclusiones de tesis rotundas, sino al misterio. Misterio no es un no-conocimiento, sino otra vía del conocer; no persigue la solución, sino el sentido. En mí, misterio no es lo que se me niega y esconde, sino lo que me abduce y agranda.