Buenas son las orquestas, los órganos y las corales. Pero no agotan lo que es la música del mundo. Hay otros sonidos que son buenos y son dignos de escucha. ¿No es música de la buena, la que escuchamos cuando nos acercamos al mar y las ondas van regando rocas con ritmadas intermitencias? ¿Y no es música buena la que ofrece el campo a la hora que la oscuridad merma y las aves anuncian la aurora? La literatura es otra gran fuente auditiva: leer a Dante o al poeta que él más admiraba, Virgilio, es como leer una partitura musical; la poesía no sólo es una cata de buenos vocablos, también lo es de buenos sonidos.
Quisiera evocar otro ámbito musical encantador, el de las campanas: ¡qué cantidad de registros, qué variedad de volúmenes! Las campanadas pueden ser de repique, de bandeo y de volteo, y tanto pregonan la fiesta como gimen la muerte. ¡Y qué gusto poder adivinar la nota del solfeo que interpreta cada campana! En la Catedral mallorquina, por ejemplo, Eloi da la La, Matines se une ofreciendo el Do, Picarol contribuye con un Mi, Mitja colabora aportando un La bemol… Valioso patrimonio inmaterial, el sonido de tantos badajos que, en lo alto de nuestros campanarios, ejercen, con experiencia a prueba de siglos, el honorable oficio musical.
Agradable, por defecto
“¿Le gustaría convertirme en su navegador, por defecto?” nos pregunta la pantalla de nuestro ordenador. ¡Qué bonito le resultaría al navegador que, en este caso, lejos de optar esta vez por la virtud, optaras por el defecto: por defecto,...