Uno de los dramas culturales más evidentes de nuestro tiempo es el de la disociación entre libertad y responsabilidad. Nuestra época ha pretendido llevar a cabo una misión imposible. Como resulta totalmente imposible separar de una moneda la cara y la cruz, resulta absurdo pretender separar en el hombre su sentido de libertad de su sentido de responsabilidad. Si a un hombre le quitas la libertad, se queda sin humanidad. Igual pasa si le quitas la responsabilidad. Aún así, quienes nos hemos dedicado a formar niños y jóvenes en los últimos años no hemos sabido educarlos bien. Y así nos va a todos. Insistimos tanto en la libertad que, para muchos la palabra “responsabilidad” le suena a freno, a obstáculo, a recorte de libertad. Está claro que en nuestro país hay libertad de coger una piedra del camino y lanzarla hacia donde te salga de las narices: evidentemente hay esta libertad, y es un éxito nuestro haberla conseguido. Pero en la conquista de la libertad de echar piedras en la dirección que te sale de las narices va implícita la responsabilidad de las narices que has roto con la tirada de las piedras. Y esto es lo que maestros y también padres no hemos conseguido transmitir. Será complicado de resolver esta cuestión: porque hemos llegado a un punto muy alto de perversión cultural. Hemos llegado en su punto perverso de hacer de la libertad una cuestión de izquierdas y de la responsabilidad una cuestión de derechas. El drama de nuestra época es haber disociado un punto del otro.
La preocupante escasez de ternura
Lo difícil de vivir es el convivir. Hay humanos que ponen en la convivencia muchos obstáculos; no es que no hagan nada para poner aceite en las relaciones, es que ponen toneladas de vinagre