Quiero evocar el caso de una persona que desplegó su espiritualidad de una forma bastante atípica, el de la francesa Simone Weil (1909-1943), la cual, a muchísimos y también a mí, me ha captado el interés y la admiración. Mujer paradójica, igual profundizó en terrenos de la filosofía como participó en las brigadas internacionales durante la guerra civil española; igual estuvo cerca de la izquierda revolucionaria comunista un tiempo, como de la entrada en el seno de la iglesia católica, a pesar de no entrar nunca en ella, convencida de que no era su lugar, a pesar de estar del todo cautivada por la persona de Jesús y enamorada de su mensaje.
Somos muchos los que hemos sido institucionalmente cristianos, y muchos reconocemos, en la institución, valores preciosos. Pero ser lúcidos para ver valores no nos priva de ver en la institución deficiencias y obsolescencias. Otros muchos han salido o, al menos, han mermado su participación en ella. Sin embargo, algo queda claro: encontrarse alejado de la iglesia institucional no es sinónimo de encontrarse alejado del mensaje evangélico. Simone Weil deviene un notable testigo. Yo creo que es mejor ser de Jesús y de la Iglesia. Pero si es cierto que hay personas que están cerca de la iglesia y no de Jesús, también es cierto que hay otras que están lejos de la iglesia y no de Jesús.