Este mes de julio de 2022 se cumplen 500 años desde que la Catedral de Mallorca introdujo una forma muy peculiar de remunerar a los presbíteros que participaban en los oficios litúrgicos. El 5 de julio de 1522, en el contexto del conflicto de las Germanías, el Capítulo de la catedral mallorquina debatió la difícil situación económica que esta institución atravesaba aquel año. La grave crisis social del momento dificultaba, entre otras cosas, el cobro de los censos y de los legados que financiaban la actividad eclesiástica y, en consecuencia, la remuneración adecuada de los presbíteros que participaban en la eucaristía. Estos pagos se hacían siguiendo una especie de ritual, en el cual un religioso, ejerciendo de lo que se conocía como bolsero (bosser), recorría el coro del templo para depositar en las manos de cada sacerdote una o varias monedas a modo de limosna, que tomaba del interior de una bolsa de piel (de ahí, el nombre de su cargo).
Dado que la falta de recursos incluso afectó estas pequeñas distribuciones, y después de un debate, el 8 de julio, el Capítulo tomó la decisión de introducir unos elementos monetiformes que substituyeran a las monedas menudas y que llamó “ploms o senyalls”. De esta manera, no se tenía que variar el desarrollo de los ritos eucarísticos y, sobre todo, se remuneraría a los presbíteros con un elemento tangible que, sin embargo, no se podía emplear como moneda fuera del ámbito catedralicio, sino que se tenía que cambiar por dinero en efectivo al final de cada mes. En realidad, este sistema de pago no representaba una innovación porque ya estaba vigente en el principado de Cataluña desde el siglo XIII, donde se fue implantando en épocas de crisis.
La documentación examinada es parca en detalles y no describe cómo eran aquellos remotos primeros plomos. Sin embargo, por varios indicios estilísticos y técnicos y por la comparación con otros tipos de plomos posteriores, muy probablemente eran unas piezas de 16 mm de diámetro que muestran, en el anverso, una M gótica coronada, símbolo de santa Maria, matrona de la catedral mallorquina, y en el reverso, el monograma IHS, referido a Jesucristo, coronado con una letra omega.
El uso de estas paramonedas, que acabarían llamándose, sencillamente, plomos, no solo no fue una medida temporal que debería haberse abolido una vez superada la crisis del momento, sino que se extendió a la práctica totalidad de parroquias mallorquinas a lo largo de los años y no desapareció hasta el siglo XIX o, en algunos casos, entrado el XX. En numerosas ocasiones, se reconoció como un medio efectivo para controlar la asistencia de los presbíteros a las misas, pero en realidad también sirvió para diferir los pagos hasta que la institución religiosa (catedral o parroquia) dispusiera de liquidez suficiente para atender los cambios de plomos por moneda.
Numerosas vicisitudes afectaron a los plomos durante los más de tres siglos de uso: aboliciones, reintroducciones, retiradas por desgaste o por falsificaciones, cambios de una tipología por otra, conflictos entre presbíteros, prohibiciones para ser usados como moneda fuera del ámbito eclesiástico… También son múltiples los aspectos de su estudio: los símbolos que muestran, los moldes con los que se hicieron, la composición del metal, las catalogaciones y las investigaciones de las que fueron objeto en el pasado… Actualmente, se está llevando a cabo un estudio sobre los plomos que se usaron en todas las parroquias mallorquinas que, en unos pocos años, acabará en una monografía que desvelará muchos de sus secretos.
Probable primer plomo de la Catedral de Mallorca (1522). Fuente: libro La moneda catalana local (Miquel Crusafont, 1990).
Jaume Boada Salom
Investigador numismático y miembro de la Societat Catalana d’Estudis Numismàtics (Institut d’Estudis Catalans)
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